domingo, 27 de marzo de 2016

Hace un par de años, Hernán Moyano y Carina Rodriguez estaban preparando su suculento "Manual de cine de Género en América Latina". Gentilmente me invitaron a participar, y me mandaron un cuestionario. De ahí salió una de las notas que lo componen. El libro ya está circulando (todavía no me hice con un ejemplar, pero los vi pasar y pintan espectaculares). Publico acá la nota que les mandé acerca de unas miradas respecto de la cruza de géneros, o lo que fue saliendo mientras escribía.


Como hacer fusiones de géneros

Valentín Javier Diment

Argentina


Cuando estaba en primer año del industrial, como mi letra era una porquería inentendible, decidí aprovechar la letra de dibujo técnico para cambiar mi modo de escribir y resultar más entendible. No se si pensaba dedicarme a escribir o qué, pero quería que lo que escribía pudiera ser entendido por quien lo leyera. Con el cine de género me pasa algo semejante: uso el género como una herramienta para escribir con letra clara, para llegar a la gente. Tiene algo de invitación, de dar pistas. Pero no es que soy un fanático del cine de género en sí. Me gustan los cuentos, las historias. Ver, leer, contar. El género es un elemento más de ese monstruo que son las historias bien contadas. No es el género en sí, sino las historias que en los géneros se enmarcan. Y que tantas veces llegan con mayor claridad y potencia cuando se enmarcan en un género.

Mis trabajos.
Creo que nunca hice un corto que me guste, así que lo que más me dieron mis primeros cortos es la sensación de fracaso e imposibilidad.
Mi primer ficción larga fue la miniserie Beinase, financiada por el canal Ciudad Abierta en 2004. (En realidad la segunda, pero la primera mejor olvidarla…) Fue un rodaje muy guerrillero porque con muy poco dinero nos embarcamos en un proyecto ambicioso desde la producción. Llevó 9 semanas de rodaje y luego me tomó casi un año editarlo, básicamente porque en vez de trabajar con un guión lo hicimos con una escaleta rigurosa que escribimos con Germán Val y Martín Blousson, pero todos los diálogos y acciones de puesta en escena fueron improvisaciones. Entonces encontrarle una dinámica fluida llevó mucho tiempo, experimentación y pruebas. El estreno fue completamente frustrante. La terminé en la época en que estaba el juicio a Ibarra por el incendio del boliche Cromagnon. Para los directivos del canal era un riesgo muy grande sacar al aire semejante bomba de tiempo porque era una serie muy fuerte, de violencia, gore y sexo. Las autoridades posteriores me engañaron vilmente y prometieron prensa, exposición, mucho apoyo y no cumplieron nada. Terminó saliendo escondida a las 12 de la noche casi sin promoción. Después para que se vea un poco más hice una versión película que la pasamos en el Festival Buenos Aires Rojo Sangre y la vio bastante gente, aunque a mí me gusta mucho más la versión miniserie.

En esta serie hay una experimentación clara con los géneros: siempre atravesado por un clima ominoso y de horror. El primer capítulo es más policial negro, el segundo y el tercero más de horror psicológico, en el cuarto nos pusimos a jugar mezclando el terror y la comedia romántica, y en el quinto nos fuimos más a la ficción especulativa, tipo dimensión desconocida.

Mi segundo proyecto fue el telefilme El propietario que codirigimos con Luis Ziembrowski para un ciclo de Canal 7, financiado por el canal. Nos invitaron y convocamos a German Val, Martín Blousson y Santiago Hadida para escribir el guión. Era una historia fuerte de suspenso-terror y erotismo. El rodaje fue interesante porque trabajamos con toda gente del canal con una dinámica completamente diferente a las nuestras. Tuvimos algunos choques por esas cuestiones, aunque finalmente estuvo muy bien. El problema es que fueron sólo 10 jornadas sin horas extras –a excepción de la última- y tuvimos que serruchar mucho material para terminar la película. Pero después volvimos a tener problemas de exhibición: era (de nuevo) demasiado fuerte y no lo quisieron pasar. En realidad ni siquiera nos querían dejar editarlo porque las islas de edición de Canal 7 son como peceras y pueden ser vistas desde afuera por todos los que pasan, y no querían que se hagan públicas esas imágenes. Finalmente lo terminamos y lo mandamos a algunos festivales, donde Jimena Anganuzzi y Mario Das Airas, respectivamente, ganaron premios a mejor actriz y actor.

La memoria del muerto nació como un guión de Martín Blousson, con el que gané el concurso de Operas Primas del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA). Con ese dinero se financiaron 5 semanas de rodaje y el estreno fue bastante bien para lo que fueron las cifras ese año. Se vendieron 18.000 localidades y circuló por festivales de todo el mundo. Ganamos algunos premios, como mejor película en Feratum (México) o mejores FX en Estepona, España. Fue una buena entrada a la realización de películas vía INCAA. Una mezcla de terror con melodrama que a alguna gente le gustó mucho, a otra menos, y el público más televisivo la detestó. Ahí descubrí cómo la misma película, en la misma función, puede generar dos críticas tan distintas. En medios norteamericanos, tras su presentación en Fantasia (Montreal), una revista -Fear.net- sacó una gran crítica, alabando la fotografía, el guión, las actuaciones, los fx, y diciendo que era la mejor película del año. En otro medio, otro crítico que la vio en la misma sala y función, escribió que era una mierda por todo lo mismo que al otro le había encantado. Fue una buena lección para dejar de dar tanta bola a esas cosas.

Para El Eslabón Podrido trabajamos la historia con Sebastián Cortés, Martín Blousson y la colaboración de Germán Val. Es menos de género, mucho más personal, extraña. Una especie de fábula trágica y gore, o un drama rural con un sentido del humor muy deforme. Los financiamos con un vía 2 del INCAA, más guita que estamos tratando de encontrar, porque al día de hoy tenemos un montón de deudas y nada de plata, pero seguimos siempre avanzando con fe. La filmamos en 6 semanas y veremos cuánto lleva el proceso de acá en más. Tenemos que empezar a pasearla como work in progress en festivales para conseguir apoyo para la postproducción porque obviamente no tenemos más dinero. Lo poco que había lo gastamos íntegro en el rodaje.

Las fusiones de géneros
Combinar géneros es habitual. Las películas que combinaban policial y melodrama en los 40, 50, como Gilda, o Casablanca, o las comedias dramáticas o tragicomedias de la comedia a la italiana… Del mismo modo Cronemberg suele combinar el terror y el cine de autor; Kubrik en 2001, odisea en el espacio mezcla ciencia ficción y el cine de autor; o los fans del cine bélico que consideran un engendro a Apocallipse now de Coppola. Muchísimos casos. En lo personal creo que esa combinación, cuando sale bien, es mi tipo de cine favorito.

Es que al principio las películas simplemente existían. Después, los espectadores más especializados las empezaron a ordenar por sistemas de recursos, por lo que ofrecían provocar al espectador, por géneros. Y recién después el método de ordenamiento generó nuevas propuestas para ir directo a esa batea, es decir, estimuló o facilitó en cierta medida un sistema de producción.

Unas teorías aventuradas
A la vez, el cine de género es una protección para el narrador. No está escribiendo algo que es pura pulpa: hay una carcaza. La pura pulpa se puede chorrear, derretir, desintegrar. En ese sentido podría pensar en 3 niveles de relato: carcaza (o género), pulpa (o cuento) y carozo (o tema o mensaje).
Creo que adentro del género está la verdad de la película, no en la carcaza. El género puede ofrecer las tres lecturas de modo natural: la carcaza de recursos propios; el cuento, la historia que tras esos recursos se cuenta; y el tema (o mensaje), las ideas teóricas o conceptos centrales que se desprenden del relato. Cierta parte del cine que no es de género (no incluyo al género “cine de autor” porque está bastardeado y poco claro) lo que hace es prescindir de la carcaza. Es decir, plantea que eso no hace falta y que si se desarrolla un buen cuento, una buena historia con unos personajes interesantes es suficiente para tener una buena película. (Después viene la valoración de si una buena historia es mejor que la otra, otro tema). Y otra parte, más extrema, experimental, o teórica, los más ensayistas dentro de la ficción, apuntan todo hacia el tema, dejando de lado el género y hasta el propio cuento.  (Nota: Todo esto lo estoy pensando en función del relato, no estoy hablando nada de la puesta específica cinematográfica).

A mí como espectador las películas que más me gustan son las que están buenas en esos tres niveles a la vez. Por poner ejemplos muy básicos: El Padrino, Juan Moreira, Chinatown
Según el día, a veces prefiero una película que me de pensar un rato en algún tema aunque me aburra con el cuento y extrañe la carcaza de género, y me veo una, suponete, de esas que ponen al filósofo Slavoj Žižek hablando, metido en escenas de películas. En otros momentos prefiero un buen cuento que no me ofrezca referencias genéricas, que yo me vaya a meter adentro de un mundo del que no tengo pistas antes de ir, y veo, por ejemplo, Dogville. O, lo que me pasa un poco más seguido, me tienta más ver un policial, o una de suspenso, o una comedia, que si abarca a las otras dos instancias, mejor, y si no todo bien, prefiero ensartarme con una de género que con una francesa. Es como decir: hoy me quiero asustar un rato, o me quiero reír, o quiero vibrar con la adrenalina del aventurero. Hay algo de lo físico en el género, que a medida que se pasa de casillero (a cuento sólo, o a sólo tema) va desapareciendo y se va convirtiendo en más puramente mental.
Por su lado, el cine de autor es cine de género. Es otro género que apela a otras identificaciones, aparentemente menos efectistas, en lo real de efectos diferentes.

Cine popular
Cine de género es cine popular. Es decir cine que apela al otro. Mucho de ese cine de género, se queda sólo en la apelación al otro, en la carcaza, en el efecto físico (miedo, risa, es decir susto, chiste…) y ni se preocupan por el cuento, por que el cuento tenga más solidez, más complejidad, más interés. Y me termina aburriendo, por más que tenga muchos tiros.  Y hay cine popular que se preocupa mucho por ese ítem y prescinde un poco más de la invitación que aporta el género, pero que igual está apelando al espectador poco entrenado, menos específico.
Un género se define por fórmulas. Una fórmula es un modelo, una herramienta para resolver un problema. Un género es una herramienta que viene a ayudar al narrador a resolver el problema del Otro. ,ula﷽﷽﷽﷽﷽﷽r una pelma, que es confundir al Otro con el Mercado. Pero lo dejamos para la prightFest, en Inglaterra, Festival InteDespués viene un conflicto difícil, que es confundir al Otro con el Mercado. Pero lo dejamos para la próxima.

Más teorías aventuradas acerca de cómo debe ser una película
En Mi tío de América, de Resnais, hay una parte de divulgación científica muy interesante acerca de la evolución del cerebro. Cuenta que evolutivamente hay tres cerebros. El primero es el cerebro del reptil que permite la supervivencia inmediata y mantener la estructura: beber, comer y copular. Es el de los impulsos. Luego, al desembocar la evolución en los mamíferos, se agregó un “segundo cerebro”: el de la afectividad o la memoria. Es el que se emociona y compara, para distinguir entre triste, feliz, agradable, desagradable, enojado, enamorado. Y luego se agregó un “tercer cerebro”: el córtex cerebral, muy desarrollado en el hombre. Es el que conecta las diversas trayectorias de los nervios de una manera diferente a cómo han sido influidas por el medio ambiente. Nos permite crear; realizar tareas imaginativas propias, únicas; asociar e inventar. En el humano estos tres cerebros existen superpuestos.

Mientras veía la película pensaba en esta nota y en que estábamos hablando de lo mismo. El cine más masivo es el cine de género, porque es el que afecta al cerebro reptil, es decir a los impulsos más físicos, básicos, repetitivos y primitivos. El susto, la adrenalina del combate, la carcajada, etc. Esa cuestión primitiva lo hace ser mal visto por ciertos ámbitos, que esperan de una película algo más que ver repeticiones de estímulos impulsivos. Entonces se le pone el acento a la idea ficcional sobre la que se sostienen esos estímulos. Y los argumentos empiezan a hacerse más complejos y los personajes a cobrar más volumen, y el cuento a hacerse, en definitiva, más interesante. Es decir, se empieza a desarrollar el “argumento” como una vía sólida en la que se puedan repartir esos impulsos. Entonces lo que aparece, para dar un paso más, es el pensamiento propio, especulativo, reflexivo, ético. El córtex. Que se queda sin material para entretenerse si ese cuento no le dispara reflexiones que lo ubiquen en el cosmos, que lo pongan en jaque desde alguna cuestión hiper personal y desde mi propio gusto.
Ahí es donde digo: las películas que más me gustan son las que afectan a esas tres capas. Si afecta a una sola, puede estar muy bien, pero las otras dos se me aburren un poco. Cuanto más plenamente satisfagan los tres cerebros, más me gusta una película.

Apelando a la misma idea, se trata de tres niveles de cinefilia. Si afecta sólo al cerebro reptil, me puede entretener un poco más o un poco menos, pero en el mejor de los casos me parece una película del montón. Ahí es donde digo que el género necesita algo más, porque si no me aburre, no me agrega nada. Otra de zombis igual a todas ya no me interesa. Así como ciertos ensayos cinematográficos, se me hacen extremadamente masturbatorios, me aburren, y me molestan porque me provoca rechazo la actitud elitista.

Creo que desde ahí veo yo el asunto del género. Me gusta apelar a lo primitivo del espectador, para potenciar el relato de una historia que le ponga en juego el afecto, la memoria, la capacidad de distinguir; y en la medida de lo posible, que quien sea un público más específico, y más amante de la especulación del córtex, encuentre material que le alimente esa diversión, ese masaje. Y además, si esa historia no es la reproducción de convenciones sino que tiene características absolutamente propias -aunque enmarcada en el entorno de los códigos de un género o combinación- es posible que provoque en algunos espectadores reflexiones interesantes.

El canon y la época
Hay además problemas con la época. El cine de género no es lo mismo en Argentina en el 2014 o en 1945. No es lo mismo en EEUU en 1970 o en 1950. Los cánones cambian (si no es, como diría Adorno, que desaparecen en la transformación del arte en industria cultural). Y la boba pelea que parecería haber hoy en torno al cine de autor y al cine de género tiene que ver con canonizaciones. El canon “elevado” que muchos críticos militan tiene que ver con ideologías. En una época y en un entorno se define que lo popular, lo que apela al otro, está mal, es impuro, es interesado, es facilista. Y así, lo que se da como canónico o ejemplar es lo que se dedica exclusivamente a suscitar ideas, sin necesidad de involucrar en eso las adrenalinas de lo sensorial ni el recurso de un buen y contundente relato causal. Esto además le da al espectador la idea de exclusión (o exclusividad, que es lo mismo), de ser un elegido por acceder a la intimidad de ese relato. Pero también están los que desprecian todo aquello que apele al córtex y sólo les funciona lo adrenalínico, lo que repite las fórmulas genéricas. Los que sólo aplauden la sangre y todo el argumento de la película es el tiempo entre una explosión y otra. Es lo mismo un caso y otro. Adscribir a una u otra línea está entre lo involuntario y lo político, pero son líneas de exclusión y estarían limitándolos como público, o consumidores de películas.

La resistencia
Está claro que desde el género hubo una respuesta al exceso de solemnidad y mensaje que se fue apoderando del cine mainstream o aclamado por las críticas. En esa resistencia, la falta de sentido, la liviandad y la arbitrariedad pasaron a ser parte del mensaje y el tema de ciertas películas. Pero eso también se agota y ahora estamos viendo mucho de eso, que no sólo no agrega demasiado, sino que encima se termina solemnizando, y terminan evitando cualquier alusión al humor o a la inteligencia.
Parte de la batalla con el mal llamado “cine de autor” viene de decirles a los autores y a los críticos: “a mí me importa que vaya gente a ver la película, que pase un buen momento de identificación, entretenimiento, y no desprecio esas características como esenciales de una película”. Me hago cargo de pertenecer al mundo capitalista, quiero ganar dinero, quiero que se me entienda y quiero que se interesen por el cuentito que estoy contando la mayor parte de las personas de la mayor parte de los países posibles. Si vos te creés superior porque les contás tus cuentitos a unos recontra poquitos, sos un gil. Y ahí empieza la batalla boba.

El problema es de exclusión. Al excluir público de tu película en nombre de la complejidad, te estás excluyendo vos del mundo, y si eso deviene en una sensación de superioridad, entonces sos un simple boludo. Y si no, si simplemente sos de verdad muy agudo, especializado, o particular en tus asociaciones, y desde esa honestidad haces tus películas, sos un groso que hiciste una gran película, aunque sea para unos pocos. Y esa película va a ser apreciada a lo largo de los años, se va a ir consolidando como obra.


Decía Kurt Vonnegut en sus consejos a escritores: “utiliza el tiempo de un completo desconocido de forma que él o ella no sienta que lo estás malgastando”. Lo mejor sería poder hacer películas para los tres cerebros, porque uno no sabe quien va a ir a ver la película, y me parece una falta de educación dejar plantado a quien se haya acercado al cine o la haya comprado al mantero. Es decir, que la película pueda interesar a quien sólo disfruta de su montañarusismo; a quien quiere ser envuelto dentro de un cuento, masajeado en su emoción e identificación; y a quien quiere que la experiencia de ver una película le amplíe y le permita ejercitar sus puntos de vista más personales en relación al mundo o a su barrio o a sí mismo.


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